Seguramente ustedes, al igual que yo, conocen a algunas parejas que pelean todo el tiempo, como también se cuestionan el por qué siguen juntos si en definitiva, qué de romanticismo o de felicidad puede haber en ese tormento de relación. Los motivos pueden ser miles, desde los más comunes y cotidianos hasta aquellos insólitos que la razón desconoce. En este monólogo restrospectivo pretendo contar una de esas historias, no tan rara, pero sí un poco ambigua; el "qué" ocurrió entre los personajes, lo deciden ustedes, y les agradecería que me lo contaran al final. Espero sus comentarios.
I
No para de llover. Es tu
culpa, por caprichoso. Todavía no entiendo qué hago aquí. Ahora pudiera estar
tranquila en la casa, tomando un buen baño, oliendo a limpio y no a pescado
curtido, sin este sarro en los dientes que me tiene gastada la lengua. Tengo
arena en todas partes, ¡ay qué molesto!, y la piel pegajosa. Te lo dije, te lo
dije...pero nunca me haces caso. Hablar contigo es lo mismo que hablar con esa
cabeza de pescado que lleva días ahí al antojo de los cangrejos. En tu vida
habías ido de excursión. No entiendo el deseo frenético de venir a este lugar
lleno de dienteperros y uvas caletas. Si tu intención era arreglar las cosas no
creo que la naturaleza haya cooperado, los mosquitos me tienen desangrada, solía
ser una mujer y no una roncha con pelos. No sigas con eso... ni que no fuera
suficiente con la peste a salitre y comida descompuesta para que también obligues
a mi nariz a respirar tus flatulencias. Está entrando agua, levántate. Qué te
levantes te digo. Dame tu pulóver...no me vengas con negativas y ayúdame a
secar. ¡Aaaayyy, ayy...mátalo, mátalo...ahí, mátalo...ahíiiii... ¿estás ciego?
Cobarde ni cobarde, mira tu magnífica idea de pasar un fin de semana en lo que se
ha convertido: un infierno.
II
Nunca me creí ese cuento del
carrusel. Yo lo vi todo, aunque hayas intentando confundir mis recuerdos no hay
explicación lógica para eso. Tengo testigos y testigos confiables. Que bajo
caíste, mira que utilizar a tu hermanito para tan sucio propósito. Ojalá te
hubieras mareado y vomitado encima, decirme que estabas borracho sería un mejor
pretexto, o al menos yo me sentiría feliz de observarte cubierto de inmundicia
que es lo que te mereces. ¿De haberte imaginado que me iba a aparecer por ahí
qué habrías hecho? La verdad fue mejor así, de lo contrario ahora seguiría
ignorando de qué pata cojeas y creería ciegamente en esa farsa de príncipe azul
que has construido en todo el tiempo que llevamos juntos. Tú mismo me quitaste
la venda de los ojos, no pretendas volver a cubrirlos porque ya no confío en
ti.
III
Cómo se ha demorado en
llegar. Me dijo que hoy regresaba temprano y ya el cristal del reloj está a punto
de reventar de tantas veces que lo he mirado. Me duelen los pies, esa caminata
buscando su regalo acabó conmigo. Espero que le guste lo que le compré porque
estoy segura que más nadie en el mundo lo tiene. ¿Qué estoy pensando? Obvio que
le va a encantar, ¿a quién no? Se va a enfriar la comida, con lo que me esmeré
haciéndola. Ay, olvidé lo más importante: el vino... calma, creo que tengo una
botella guardada ¿Dónde está? Cómo me pudo pasar esto, si llevo una semana
planificando este momento, haciendo maravillas para que él no se dé cuenta. Voy
a comprarlo. La tienda a la que fui la vez pasada está un poco lejos para ir
caminando. Cogeré un taxi. ¡Taxiiiiii! ¡Taxiiii! ¿Cuál era el vino…? Ah ya,
ojalá haya de ese todavía. Pero… Señor
deténgase un momento por favor. Frente a la entrada del parque si le es
posible. ¿Puede esperarme?
IV
Había encontrado al hombre
de mis sueños y por fin calmaba ese mundo interior de constantes sobresaltos y
abandonos. Dejé atrás el bullicio de las fiestas y las aventuras naturalistas
para cocinarle, lavarle y juntos destender la cama todas las noches. No sabía
de responsabilidades ni de seriedad y de buenas a primera era la única responsable
de mi propia vida. Acogí con beneplácito la rutina hogareña y descubrí en la
monogamia la felicidad. Orgullosa presenté a mi hombre en la familia, el
primero en 30 años, así mi cuarto de la infancia, la adolescencia y la juventud,
dejó de ser clandestino. Ya no importaban los de afuera, ni los oídos
chismosos, ni las fantasías de la abuela, ni los pensamientos angustiosos de
mamá, ni las intrigas resabiosas de papá. A juzgar por las novedades la eterna
"niña" había madurado.